Resumen del Primer Capitulo de JEROME BRUNER ACTOS DE SIGNIFICADO MÁS ALLÁ DE LA REVOLUCIÓN COGNITIVA - Parte II


Fragmento IV


Aqui se plantea la relación entre la psicología, la cultura y la biología, argumentando en contra de la idea de que la psicología debe separarse de la cultura en su explicación de la acción humana. El autor defiende la importancia de los significados y valores compartidos en la vida de las personas y las culturas, y afirma que la cultura y la búsqueda de significado son las verdaderas causas de la acción humana.




El autor sostiene que la cultura y la búsqueda de significado están intrínsecamente ligadas a la vida de las personas. Señala que las personas dedican su vida a buscar y realizar significados, incluso están dispuestas a morir por ellos. Por lo tanto, argumenta que la psicología debe reconocer y estudiar la influencia de la cultura en la conducta humana, en lugar de tratar de separarse de ella.

El autor propone una forma de concebir los "universales humanos" que sea coherente con la psicología cultural. Afirma que estos universales están acotados por precisiones relativas a las diversas culturas, pero aún así existen elementos trascendentales compartidos por los seres humanos. La psicología cultural no puede reducirse a una psicología transcultural que explique las variaciones locales en las leyes universales de la conducta, ni caer en el relativismo.

El autor argumenta en contra de la noción de que la cultura es una "capa superpuesta" sobre la naturaleza humana, determinada biológicamente. En cambio, sostiene que las verdaderas causas de la acción humana son la cultura y la búsqueda de significado dentro de ella. Si bien reconoce que hay limitaciones impuestas por lo biológico, como restricciones o condiciones para la acción, considera que la cultura tiene el poder de superar estas limitaciones.




El autor utiliza el concepto de herramientas culturales como prótesis que permiten a los seres humanos superar los "límites naturales" de su funcionamiento biológico. Estas herramientas pueden ser tanto tangibles como intangibles, y se utilizan para ampliar las capacidades humanas. Además, destaca que nuestros deseos y acciones están mediados por medios simbólicos, y que nuestras vidas se dedican a encontrar la mayor realización posible dentro de las formas de vida culturales.

No obstante, el autor advierte que la cultura no es necesariamente benigna ni maleable en respuesta a los problemas. Aunque la cultura tiene el poder de ablandar las limitaciones biológicas, también puede dar lugar a la burocratización de la vida y erosionar la identidad y la compasión humanas. En lugar de culpar a la "naturaleza humana" de los fracasos culturales, el autor insta a cuestionar la capacidad humana para construir y reconstruir formas de vida comunitarias.

Fragmento V


En el quinto fragmento el autor aborda el problema del relativismo en relación con la construcción de nuestros mundos sociales. Se plantea la cuestión de quién realiza el juicio sobre nuestra capacidad o ingenio en la construcción de estos mundos y bajo qué normas. Si la cultura moldea nuestra mente y nuestras mentes hacen juicios de valor, ¿no estamos atrapados en un relativismo del que no podemos escapar?




El autor examina el aspecto epistemológico del relativismo y plantea preguntas sobre la naturaleza del conocimiento. ¿Es el conocimiento absoluto o siempre relativo a alguna perspectiva? ¿Existe una "realidad ab-origen" o la realidad es una construcción subjetiva? La mayoría de los intelectuales adoptan posturas medianamente perspectivistas, pero pocos abandonan por completo la noción de una realidad objetiva. Se menciona el concepto de "error ontológico", propuesto por Carol Feldman, que sugiere que dotamos a nuestras conclusiones de un estatus ontológico externo, como si estuvieran "allá afuera". Este error es resultado de procesos de construcción y negociación profundamente arraigados en la cultura.

El capítulo también aborda la cuestión de si el constructivismo conduce al relativismo y si esto implica que cualquier creencia es tan válida como cualquier otra. Se argumenta que el constructivismo no implica un relativismo extremo, sino que invita a cuestionar nuestras presuposiciones y explorar nuestros propios compromisos. Se plantea la idea de que la verdad no tiene una esencia fija y que formular preguntas pragmáticas sobre cómo afecta un punto de vista a nuestras perspectivas y compromisos no lleva necesariamente a la idea de que "todo vale".

El capítulo concluye mencionando la diversidad cultural y cómo el estudio antropológico se ha convertido en una herramienta para manejar esta diversidad. Se cuestiona la acusación de que el constructivismo socava los compromisos y se presentan dos puntos de vista psicológicos erróneos: uno basado en reacciones viscerales y conflictos individuales, y otro basado en modelos racionales de elección. Se mencionan las anomalías en la teoría de la elección racional y se plantea la cuestión de cómo elegimos entre valores distintos.

Fragmento VI

En este último fragmento, el autor retoma su postura de animosidad entre la "psicología científica" positivista y la "psicología popular". Se reconoce el derecho de la psicología científica a cuestionar, debatir e incluso reemplazar los postulados de la psicología popular. Sin embargo, se critica la posición extrema de la psicología científica al negar la eficacia causal de los estados mentales y la cultura, incluso al considerar conceptos como la "libertad" y la "dignidad" como ilusiones, a pesar de ser fundamentales en el sistema de creencias de una cultura democrática.


Aunque se reconoce que el celo extremo de los positivistas ha estimulado discusiones sobre la naturaleza humana y ha tenido un efecto positivo en la rigurosidad de las investigaciones, el autor también expresa cierta preocupación. Recuerda la conferencia de Wolfgang Kohler, titulada "El lugar de los valores en un mundo de hechos", donde se plantea la preocupación sobre cómo afectará a la sociedad si el enfoque de la psicología científica, que reduce la naturaleza humana a meros reflejos condicionados, asociaciones o impulsos animales transformados, es adoptado por personas en posiciones de poder, como el cartero y el primer ministro.


El autor reflexiona sobre las consecuencias de asumir ese modelo reduccionista de la psicología y cómo puede afectar a la percepción de uno mismo. Hace referencia a una anécdota con Picasso, quien respondió a los amigos de Gertrude Stein cuando le dijeron que el retrato que había hecho no se parecía a ella: "Decidle que espere, ya se parecerá". Sin embargo, plantea la posibilidad de que el modelo se aleje de ese tipo de pintor. Utiliza las palabras de Adrienne Rich para describir el desequilibrio psíquico que se produce cuando alguien con autoridad describe el mundo y uno no se ve reflejado en él.

En una sociedad democrática, los intelectuales, incluidos los psicólogos, deben desempeñar el papel de críticos culturales. Sin embargo, el autor señala que los psicólogos rara vez se ven a sí mismos de esa manera debido a la imagen generada por la ciencia positivista. Desde esta perspectiva, la psicología se limita a verdades objetivas y evita la crítica cultural. No obstante, se sugiere que la psicología científica se beneficiaría al reconocer que sus verdades son relativas al punto de vista adoptado sobre la condición humana. Además, se argumenta que la psicología científica tendrá una posición más efectiva hacia la cultura en general cuando reconozca que la psicología popular de las personas comunes no es simplemente un conjunto de ilusiones reconfortantes, sino las creencias y las hipótesis de trabajo de la cultura sobre lo que hace posible y satisfactoria la convivencia, incluso a costa de sacrificios personales. Desde este punto de vista, la psicología popular necesita ser explicada en lugar de ser descalificada.